Posteriormente, el verdadero despliegue de los aromas empezó en Francia, utilizados además en la elaboración de perfumes, en donde el término aromaterapia fue forjado por el químico e investigador francés René-Maurice Gattefossé, quien sufrió quemaduras en su laboratorio, y con la convicción de la efectividad de las tradiciones milenarias, recurrió a remedios naturales a base del aceite esencial de lavanda, obteniendo su recuperación, por lo que René-Maurice Gattefossé se dedicó entonces a estudiar las propiedades antibacterianas de los aceites esenciales y es a él a quien se debe la palabra “aromaterapia”.
Los aceites esenciales presentes en las plantas llamadas “aromáticas”, han tenido un enfoque alopático; sin embargo, no sólo tienen la capacidad de curar el cuerpo físico, sino que sus efectos alcanzan el sistema hormonal, influyendo el estado psicoemocional y espiritual, los sentidos en primer lugar del olfato y del tacto, los cuerpos sutiles y sus centros energéticos, es decir, los chakras; de allí el nombre de alma o espíritu de las plantas dado a los aceites esenciales.
El individuo al tener pensamientos tóxicos, genera químicos tóxicos, implantando bloqueos y enfermedades, perturbando así los centros energéticos del cuerpo, los cuales regulan la funcionabilidad de los órganos, siendo perentorio balancearlos y es mediante la aromaterapia que se logra recobrar la fuerza vital, el espíritu (nuestro yo divino), el que se manifiesta en la materia, el tiempo y el espacio.
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